lunes, 11 de abril de 2016

La máquina del tiempo

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Hoy, no sé por qué, vienen a mi mente recuerdos dispersos, en la mañana mi primera infancia estuvo presente, para devolverme el aroma y el sabor de aquellos cereales que tomaba y que nunca más volví a ver, solo recordaba una lata que ponía Nestlé y la imagen de un niño, en esos momentos tendría poco más de tres años y estaba aprendiendo a leer (por mi cuenta como casi todo), pero para ello me servía desde la caja del detergente Fa, hasta la de cereales, suerte que aprendí pronto, porque en poco tiempo aquellas cajas desaparecieron y me hubiera quedado a medias.




Más tarde  recordé los helados en la Cremería    de la calle Obispo, que anduvieron rondando mis recuerdos, no he vuelto a probar un bocadito de helado como los de aquel lugar, y de aquí, pasé a la   luces  de neón de la calle Montes, era entonces tan pequeña que la ciudad me parecía inmensa, a veces íbamos a pasear por el parque de la Fraternidad, el Capitolio o cualquier otra parte, siempre al atardecer y regresábamos cuando la luna y el sol comenzaban a coquetear en su disputa por el espacio, entonces cuando arribamos a Egido y mis ojos se perdían en la interminable Calzada del Monte, donde el ajetreo de la gente y los coches mostraban una ciudad que para seguir viviendo encendía las luces de los comercios que cerraban y en aquella calle,  las tiendas, bodegas, farmacias, cines, se sucedían uno tras otro, el esplendor de las luces, hacía que mis ojos inocentes se llenarán de imágenes,  inventadas  para justificar tanta belleza.



Ya al final de la tarde, la humedad del malecón y el olor a salitre ,volvieron junto con el recuerdo de otra, la última que compartí con mi hermano Rolando, nos sentamos en el muro, cerca de la cabaña y desde allí escuchábamos las voces de los presos que gritaban desde las ventanas de sus celdas. Un día de recuerdos constantes, de nostalgias y de peguntas, mi hermano era hijo de mi padre, pero crecimos cerca y como hermanos, hasta que desapareció de nuestras vidas, se marchó a vivir con su madre y nunca más supimos de él, a veces me pregunto si como tantos otros cubanos se montó en una balsa a luchar contra el mar por una vida mejor, o si cuando éxodo del Mariel fue uno de los que partió, incluso, he llegado a preguntarme si lo enviarían a alguna misión en algún país africano del que no regresó y es que me cuesta creer, que entre las cosas perdidas en Cuba, el amor entre las familias tenga su lugar.



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