Tenía muy pocos años cuando por
primera vez escuché la palabra paredón,
vocablo que mi abuela utilizaba, para referirse a las ejecuciones llevadas a
cabo en Cuba en los primeros años de la Revolución, todas ellas, “amparadas”, en el vínculo de los condenados con la
dictadura de Fulgencio Batista y su atroz represión de la ciudadanía y
posteriormente, cuando se produjeron los levantamientos contrarrevolucionarios en la zona de la sierra del Escambray, muchos de estos, llevados a cabo por gente sin escrúpulos,
que más que, como luchadores contra la Revolución, se comportaron como meros
bandidos, asolando a los campesinos, sus familias, e incluso su ganado, con el
único propósito de amedrentar a la población y restar apoyos al gobierno. A
partir de entonces, salvo casos aislados, hasta el juicio seguido contra
Arnaldo Ochoa, Antonio La Guardia y otros diecisiete altos oficiales del gobierno
y por último, ya más reciente, el fusilamiento de los jóvenes que secuestraron la lancha de
Regla, en la sociedad cubana la pena de muerte no fue objeto de debate,
simplemente es un artículo más del código penal.
Es cierto que el estado cubano,
en ninguno de estos casos, puede erigirse en adalid de la justicia, la
transparencia y mucho menos de haber propiciado a los condenados, juicios con
todas las garantías procesales, porque, aunque la existencia de esta figura en
el código penal cubano, de algún modo legitima cada una de estas condenas, la
realidad es que, en nuestra isla, la presunción de inocencia es mucho más que
cuestionable, teniendo en cuenta que allí el poder político, el poder judicial
y el poder militar son la misma cosa. Por otra parte, la aplicación de la pena
de muerte no es privativa de Cuba, sino que, además, se aplica en países tan
diferentes, como Irán, Pakistán, Arabia Saudí, Estados Unidos, Bielorrusia, India,
Botswana, Zambia, Corea del Norte, Vietnam, Guatemala y otros estados del
Caribe, por otra parte, cuando se
producen estas condenas nunca están exentas de polémica, ya que su aplicación, mayoritariamente
se produce por parte de los Estados por razones políticas o religiosas, muestra de ello es que, durante el 2015 el 82 % de las condenas
a la pena de muerte se produjeron en Irán, cuyas características políticas, ideológicas y religiosas son de todos conocidas.
Para los que nacimos y crecimos
en Cuba, la pena de muerte, era un acto de justicia, cómo para cualquier
estadounidense y la mayoría crecimos yéndonos solos al colegio, a las
actividades extraescolares, más tarde fuimos a la secundaria, a las primeras
fiestas, al cine y por si fuera poco a la escuela al campo o los
preuniversitarios en el campo, donde más de una generación de cubanos hemos
vivido la mayor parte del año despreocupadamente, tanto nosotros, como nuestras
familias, de la misma manera, nuestros padres trabajaban, iban de fiesta,
asistían a eventos deportivos y culturales con total tranquilidad, no había
nada en nuestras vidas que nos produjera la sensación de vivir en una férrea
dictadura, es cierto que, más adelante, cuando fuimos mayores, nos dimos cuenta
de que expresar ideas políticas o económicas contrarias al gobierno era
imposible, incluso, ni cuando las cosas empezaron a ir de mal en peor en un
país con una economía en caída libre, donde nos empobrecíamos, no sólo
materialmente, sino moralmente, donde la prostitución y el proxenetismo
volvieron a ser realidad y la corrupción unida a la prevaricación y la
malversación se convirtieron en un modo de subsistencia y donde el pueblo, era y es, el gran espectador
silencioso.
Cuando nos detenemos a revivir
estos recuerdos, sabemos que, la Revolución, la “política socialista”, la realidad de una Cuba libre y cuantas
consignas aprendimos a lo largo de nuestras vidas, no sirvieron de nada, pero
aun así, siempre que, en las redes sociales, leo publicaciones que vitorean la Cuba
pre-revolucionaria, y se ensañan en la “sangrienta dictadura de los Castros”,
el pesimismo me invade, porque no creo
que el retroceso sea el camino y mientras los cubanos estemos instalados en ese
discurso, más inaccesible se nos hará el camino a la consecución de los cambios
que el país necesita y todos deseamos.
Lamentablemente, soy consciente
de que el reloj, para los cubanos, no marcha acompasado con el reloj mundial,
allí el tiempo parece no transcurrir, desde el 1959 los anticastristas vienen
haciendo uso de la palabra dictadura sangrienta, represión, opresión y todo ese
rancio discurso, que la gran mayoría de la gente que vive dentro de la isla, de
algún modo rechaza, ya sea porque como decía mi abuela, nos lavaron el cerebro, porque algunos recibimos información de nuestros mayores sobre la Cuba de antes
del triunfo de la Revolución o
simplemente, porque al venir de los representantes de la vieja dictadura o sus herederos, una que no se escudaba en la pena de muerte, sino en la que simplemente,
las ejecuciones extrajudiciales se producían día, tras día y la torturas a los
opositores eran también habituales, por todo esto y porque esos argumentos
hablan del pasado y en ningún caso del futuro es que, la oposición en Cuba, al
menos desde dentro, no cuenta con los suficientes apoyos para demostrar al
gobierno que, en Cuba, son mayoría, los que sin rendirse a la representación
del pasado abogan por el cambio, apostando porque en Cuba ese hombre nuevo que
tanto nos prometieron, quiere un nuevo porvenir.
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