Corrían los años 60 y mis
pensamientos eran infantiles, por lo que no sabía discernir entre ciertas cosas
que sucedían en mi entorno, mi abuela paterna andaba muy nerviosa porque mi
primo había desparecido, después de unos días sin tener noticias, no sé cómo se
supo que estaba detenido ¿Qué había hecho mi primo tan bueno y cariñoso? Me preguntaba
y a cuantos tenía a mi lado, hasta que un día me explicaron que había intentado
marcharse ilegalmente de Cuba, por lo
que lo habían encarcelado, más tarde
vino el juicio, como siempre andaba rondando por allí escuché que le habían
condenado (no recuerdo a cuantos años) y que a partir de ese momento era un preso político, aunque mis seis o siete
años no me permitían entender el significado de aquellas palabras, tuve mucho tiempo para aprenderlo, porque mi
primo resultó ser un hombre rebelde que no desaprovechaba oportunidad para arremeter
contra el gobierno y gritar a los cuatro vientos, que prefería mil veces estar
en Estados Unidos esclavo de los yanquis, que vivir aquella dictadura.
Aunque muchas veces acompañé a mi
tía a la cárcel, de lo que a menudo recuerdo cuando nos sentábamos en un gran
salón, con unas mesas largas llenas de gente, a la espera de escuchar su nombre
Eliseo Juliá y verle aparecer por una ancha puerta, después que abrieran una
reja, con su enorme sonrisa y los brazos abiertos para cubrirnos de abrazos y
de besos, yo iba creciendo y de cada vez me sentía más identificada con la
sociedad en que vivía y en la misma medida iba adquiriendo un mayor nivel de compromiso con la Revolución, cosa
que por otro lado, él no cesaba de echarme en cara en cada uno de nuestros encuentros. Cuando
me hice mayor y dejé mi pequeño pueblo, para irme a estudiar a la capital de la
provincia, siendo ya toda una joven, mi primo aún estaba en la cárcel, yo por
ese entonces ya no iba a verle y militaba en la Unión de Jóvenes Comunistas, creía en
el Socialismo, cómo único camino de acabar con las injusticias en el mundo y de
hacerlo mejor, por lo que estaba segura de que nuestro país estaba en la ruta
correcta y achacaba que este llevara más de quince años encarcelado a una mala
conducta de su parte. Cuando en el año 1980 se produjeron los hechos que
propiciaron la salida de los presos políticos de Cuba, mi primo formó parte del
grupo que partió rumbo a Estados Unidos, nunca más he sabido de él, a pesar de que
era casi un hermano para mí, al poco tiempo recibí una carta suya a la que
respondí, pero no hubo ninguna más. Fueron muchos años intentándonos convencer
mutuamente de estar equivocados, con respeto y con cariño de verdad, pero con
posiciones políticas muy distantes, nunca entendí como un chico, hijo de un
carbonero, sin estudios y sin un pasado político pudo convertirse en lo que
entonces llamaba un contrarrevolucionario,
sólo y únicamente porque un día decidió con un grupo de amigos subirse a
una balsa para buscar un futuro diferente, hoy entiendo que la cárcel, el
encierro y vaya usted a saber qué cosas vividas en ese ambiente influyeron en
sus motivaciones.
Han pasados 36 años de su
partida muy a menudo pienso en alguien, con quien además de tener lazos filiales y un inmenso
cariño muchas veces contradije e intenté convencerlo de su error y que de haberse quedado en Cuba, e intentar su “aventura”
unos años después, jamás hubiera sido considerado un preso político, porque el gobierno de la isla hizo cambios en la Constitución y el Código Penal, es decir, que lo que en los años 60 era un delito
contra la seguridad del estado se convirtió en un delito común. Hoy en Cuba hay
vigente un Código Penal tan estricto
y pensado para enjuiciar todo aquello que represente una manifestación de oposición o descontento con el estado y sus órganos de control como un
delito común, por lo que difícilmente se podrá encontrar en el país un solo preso político, porque entre
los tantos que hayan resultado enjuiciados por manifestarse, expresar su contradicción con el gobierno o enfrentarse a la policía, encontraremos presos
condenados por desacato a la autoridad,
desorden o escándalo en la vía pública, antisociales o cualquier otra
figura jurídica creada y pensada para burlar la convención de los derechos humanos y cuantas organizaciones internacionales les hagan
reclamaciones al respecto, lo que una vez más demuestra la in-conexión del
Estado Cubano con la realidad, porque semejantes formas, al único camino que
realmente le conducen es al desprestigio.